Soltando

 Qué difícil es ser padre! Y mucho más ser madre.


Desde el primer día que sientes esa cosita rara burbujear en tu vientre, desde la primera vez que te dicen Positivo, que tienes que cuidar tu alimentación, lo que ingieres... Educar, castigar, cuidar, alimentar, llevar, recoger...

Nadie te enseña cómo ser buen padre o madre. Pero tampoco nadie te enseña a soltar a tu posho al dejar el nido.

Una jura y perjura que los quieres dejar ser, que vuelen libres... pero cuando llega el día de abandonar el nido, cuando los dejas ir a sus escasos 18 años, cuando siempre han estado cuidados, llevados, traídos... AY WEY!, qué fuerte.

Ahora es uno el que se siente indefenso, ahora es que esta ciudad se siente incompleta, ir al café es aburrido, ir a una plaza pierde su atractivo. Mis brazos se sienten vacíos. Mi corazón incompleto. El cuerpo desarmado. Nadie te dice lo duro que es.

Una cosa es que sigan en casa o en la misma ciudad estudiando lo que escogieron como carrera y otra muy distinta saber que se encuentra a miles de kilómetros y los separa hasta el horario.

Lo más duro es enfrentar todo ese torbellino de emociones sin un apoyo, sin algo sólido, caluroso y fuerte como el abrazo de tu pareja. Donde puedas encontrar refugio y soporte, continuidad y empatía.

Están los amigos que te hablan y enaltecen tu trabajo. Esos que siempre han estado y saben lo que le has trabajado, lo que has hecho y quién eres. Está esa personita pequeña de casa, que al verte vulnerable y sensible, corre a abrazarte esperando repararte. Incluso te sabes y conoces fuerte, guerrera, entrona... Pero a veces faltan esos brazos, ese compromiso compartido, ese refugio cálido que imaginabas tener.

Uno aprende a abrazarse solo, solo que a veces los brazos propios no logran abarcarnos
por completo.

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